Se trata de un soneto de estructura clásica (versos
endecasílabos y rima consonante, según la siguiente disposición:
ABBA ABBA CCD EDE; recordemos que la distribución de la rima
en los tercetos es libre). La rima queda configurada del siguiente
modo: A = eño, B = anza, C = irme, D = ales, E = ilos. El poeta ha
optado por una rima difícil, que exige un notable virtuosismo
formal.
El tema es religioso: el anhelo de elevación espiritual por parte
del poema.
En la estructura pueden diferenciarse dos partes:
a)
Versos 1-8
(cuartetos).-
El poeta se centra en la contemplación del ciprés, que da lugar a
una serie de metáforas:
surtidor
(1), lanza
(2), chorro
(3), mástil
(5), flecha
(6) y saeta
(6). La mayoría de las imágenes (surtidor
y chorro,
flecha
y saeta)
enfatizan la idea del impulso ascendente, mientras que lanza
y mástil
se refieren simplemente a su forma y a su altura. Por otra parte, las
personificaciones
(acongojas,
loco
empeño)
son congruentes con el tú, con el hecho de que el poeta se dirija al
ciprés (apóstrofe)
y le dedique el poema. Finalmente, se pondera su altura que “a las
estrellas casi alcanza” (hipérbole).
Los
versos 5-6 se caracterizan por el estilo nominal (ausencia de verbos)
y por la concurrencia del paralelismo
y la enumeración.
El
estilo nominal puede sugerir un momento de clímax emocional. Además
son versos bimembres:
Mástil
de soledad, / prodigio isleño,
flecha de fe, / saeta de esperanza.
El
tú
del ciprés, en los versos 7-8 se ve confrontado al fin con el yo
del poeta: “mi alma sin dueño”. Frente al poder espiritual
simbolizado por el ciprés, el poeta se presenta de un modo humilde.
Su alma es “peregrina al azar”, sin rumbo fijo, sin una
orientación vital, y “sin dueño”, alejada de Dios, sometida a
su propio capricho. Puede evocar el principio de la Divina
Comedia,
donde el poeta también se presenta a sí mismo habiendo extraviado
el camino. La confrontación del poeta con el ciprés, al que
previamente ha alabado, marca la culminación de los cuartetos y da
sentido a la enumeración de imágenes precedente.
b)
Versos 9-14
(tercetos).-
Por fin aparece la 1ª persona en dos formas verbales (vi,
sentí);
antes había aparecido en un adjetivo posesivo. El poeta ya habla de
sí mismo y del efecto que ha producido en él la contemplación del
ciprés:
qué
ansiedades sentí
de diluirme
y ascender como tú, vuelto cristales
Se
trata de un ansia mística, de fusión, donde realmente el ciprés no
es sino un símbolo de Dios. Diluirme
y cristales
recuperan
las imágenes acuáticas de la 1ª estrofa (surtidor
y chorro).
El agua no tiene límites precisos y el poeta desea que su alma se
licúe para así poder unirse con Dios. En cambio, las imágenes del
2º terceto son más ásperas y sombrías: negra
torre,
arduos
filos,
delirios
verticales.
La última de ellas nos remite al loco
empeño
del 1r
cuarteto (personificación).
Las metáforas de connotación negativa (negra
torre,
arduos
filos)
nos recuerdan las dificultades del proceso espiritual: las noches
oscuras, el desánimo, las caídas... El ciprés, imagen de la
perfección espiritual, es también una fortaleza a conquistar y que
opondrá fuerte resistencia.
Sin
embargo, el poema se cierra con un verso redondo a modo de síntesis:
“mudo ciprés en el fervor de Silos”. Mudo
por el silencio monástico y fervor
por la elevación espiritual de los monjes. Se trata de una antítesis
sólo aparente: ambos términos confluyen en la intensidad de la
contemplación. También resulta gratificante que la última palabra
del poema sea precisamente Silos,
ya anunciada (como una especie de eco anticipado) por la rima
consonante -ilos.
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Ciprés del monasterio de Sto. Domingo de Silos |