En
el primer cuarteto llama la atención el oxímoron
“viva muerte”
(contradicción entre
el adjetivo y el sustantivo), extraído –como también el último
terceto– del lenguaje de la poesía mística. Esta intensa
contradicción revela la naturaleza conflictiva del amor (tópico
también del Siglo de Oro), en donde placer y sufrimiento van a
partes iguales. El v. 4 resulta también un tanto paradójico: “que
si vivo sin mí quiero perderte”. ¿Se hace eco del “vivo sin
vivir en mí” de Teresa de Jesús? Seguramente, abundando en los
tópicos de la mística del s. XVI. La alienación del amor no
correspondido es también un “vivir sin mí”, lo cual aboca al
poeta a la soledad y a la “noche oscura” del final.
Otro elemento característico del poema son los versos bimembres, es
decir, divididos en dos mitades:
Amor
de mis entrañas, / viva muerte (v.
1)
El
aire es inmortal, / la piedra inerte
(v. 5)
ni
conoce la sombra / ni la evita (v.
6)
Pero
yo te sufrí, / rasgué mis venas (v.
9)
Y
la presencia de parejas de elementos contrapuestos (antítesis):
tigre y paloma
(v. 10), inocencia frente a ferocidad; mordiscos
y azucenas (v. 11),
pasión y pureza; llena,
pues, palabras […] /
o déjame vivir...
(v. 12-13), amor frente a abandono; locura
frente a serena noche
(v. 12-13). Todo eso abunda en el sentido conflictivo, agónico,
dualista de este poema. La realidad queda fracturada en elementos que
no pueden conciliarse. Y el poeta sólo parece encontrar una salida
en esa “serena noche / del alma para siempre oscura” de los
místicos.
Dibujo de Federico García Lorca |
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