lunes, 12 de mayo de 2014

Jacobo Sureda: un vanguardista mallorquín

En este enlace podemos leer dos poemas del poeta ultraísta mallorquín Jacobo Sureda, que mantuvo una amistad con Borges durante su estancia en la isla.

Borges en su juventud

Jacobo Sureda

viernes, 9 de mayo de 2014

Comentario de "El poeta pide a su amor que le escriba", de Federico García Lorca (2)

En el primer cuarteto llama la atención el oxímoron “viva muerte” (contradicción entre el adjetivo y el sustantivo), extraído –como también el último terceto– del lenguaje de la poesía mística. Esta intensa contradicción revela la naturaleza conflictiva del amor (tópico también del Siglo de Oro), en donde placer y sufrimiento van a partes iguales. El v. 4 resulta también un tanto paradójico: “que si vivo sin mí quiero perderte”. ¿Se hace eco del “vivo sin vivir en mí” de Teresa de Jesús? Seguramente, abundando en los tópicos de la mística del s. XVI. La alienación del amor no correspondido es también un “vivir sin mí”, lo cual aboca al poeta a la soledad y a la “noche oscura” del final.

Otro elemento característico del poema son los versos bimembres, es decir, divididos en dos mitades:

Amor de mis entrañas, / viva muerte (v. 1)

El aire es inmortal, / la piedra inerte (v. 5)

ni conoce la sombra / ni la evita (v. 6)

Pero yo te sufrí,  / rasgué mis venas (v. 9)

Y la presencia de parejas de elementos contrapuestos (antítesis): tigre y paloma (v. 10), inocencia frente a ferocidad; mordiscos y azucenas (v. 11), pasión y pureza; llena, pues, palabras […] / o déjame vivir... (v. 12-13), amor frente a abandono; locura frente a serena noche (v. 12-13). Todo eso abunda en el sentido conflictivo, agónico, dualista de este poema. La realidad queda fracturada en elementos que no pueden conciliarse. Y el poeta sólo parece encontrar una salida en esa “serena noche / del alma para siempre oscura” de los místicos.

Dibujo de Federico García Lorca

Comentario de "Beato sillón", de Jorge Guillén


  • Métrica.- Se trata de una décima (diez versos octosílabos con rima consonante que sigue la disposición abbaaccddc).
    a = asa
    b = encia
    c = én
    d = alta
  • Tema.- Constatación de la perfección del mundo.
  • Comentario.- El poema empieza con un apóstrofe en el que, a la vez, concurren una exclamación y una personificación: “¡Beato sillón!” Se dirige a un objeto cotidiano, atribuyéndole una cualidad humana, la beatitud, es decir, la felicidad o, en un contexto cristiano, la bienaventuranza. Podemos pensar en un desplazamiento calificativo: el sillón es beato porque procura la beatitud al poeta que, sentándose en él, disfruta de momentos de placidez y serenidad. A pesar del apóstrofe inicial, el poema está escrito en 3ª persona (“corrobora su presencia”) y no en 2ª, como sería de esperar. Además, el poeta ni siquiera se halla ante su objeto poético, antes bien, disfruta adivinando su presencia desde otras habitaciones de la casa. La mera existencia del sillón ya le produce una sensación de bienestar:

                                                                   […] La casa
                                              corrobora su presencia
                                              con la vaga intermitencia
                                              de su invocación en masa
                                              a la memoria.

  • El poeta siente a la vez una interrelación y una profunda armonía entre el sillón y el resto de la casa. Esta armonía se concreta en la sensación de placidez, de ausencia de sobresaltos o de cualquier motivo de inquietud: “No pasa / nada.” El encabalgamiento, al cortar en dos una frase hecha ya muy lexicalizada, consigue cargarla de sentido nuevo. Por otra parte, ese no pasar nada nos sitúa en un instante inmóvil, en una sensación de plenitud y de eternidad. Los versos siguientes no hacen sino confirmar esta impresión: “El mundo está bien / hecho.” Por segunda vez, un encabalgamiento que corta un sintagma y hace que nos fijemos más en una frase hecha, en lo que quizá es el verso más conocido y citado de Guillén y donde con más claridad se revela el tema: la perfección del mundo. Entre ambos, otra característica del ámbito doméstico donde todo es conocido, usual, consabido: “Los ojos no ven, / saben.” Nada llama la atención, uno puede transitar por el hogar casi a ciegas. Hay una relación más táctil que visual con los objetos acostumbrados. Encontramos, pues, dos oraciones negativas (“No pasa / nada. Los ojos no ven, / saben.”) pero de sentido positivo: negar para afirmar más profundamente.
  • En los últimos versos, una alusión a S. Juan de la Cruz enfatiza el sentido de plenitud casi mística de esa experiencia de placidez. Escribe el poeta renacentista:

                                        y fui tan alto tan alto
                                       que le di a la caza alcance.

    Jorge Guillén, con la repetición del sintagma “de tan alta, / de tan alta” (reduplicación), alude a esos conocidos versos de del poeta de Fontiveros. El instante exalta la perfección del mundo, con una elevación que ya no admite altibajos:

                                   […] El instante lo exalta
                                   a marea, de tan alta,
                                   de tan alta, sin vaivén.

  • Es difícil dividir un poema a la vez tan breve y con tanta condensación expresiva; en todo caso, si tuviéramos que determinar su estructura, distinguiríamos:
    1. Versos 1-5.- El sillón inmerso en el ámbito de la casa y su interrelación; la memoria como actualización de su presencia.
    2. Versos 5-8.- Sensaciones asociadas a la presencia del sillón: placidez, bienestar doméstico, intemporalidad.
    3. Versos 8-10.- Profunda afirmación vital desde el bienestar que experimenta el poeta.

      Para ampliar el comentario ver aquí.



martes, 6 de mayo de 2014

Comentario de "El ciprés de Silos", de Gerardo Diego


Se trata de un soneto de estructura clásica (versos endecasílabos y rima consonante, según la siguiente disposición: ABBA ABBA CCD EDE; recordemos que la distribución de la rima en los tercetos es libre). La rima queda configurada del siguiente modo: A = eño, B = anza, C = irme, D = ales, E = ilos. El poeta ha optado por una rima difícil, que exige un notable virtuosismo formal.

El tema es religioso: el anhelo de elevación espiritual por parte del poema.

En la estructura pueden diferenciarse dos partes:

a) Versos 1-8 (cuartetos).- El poeta se centra en la contemplación del ciprés, que da lugar a una serie de metáforas: surtidor (1), lanza (2), chorro (3), mástil (5), flecha (6) y saeta (6). La mayoría de las imágenes (surtidor y chorro, flecha y saeta) enfatizan la idea del impulso ascendente, mientras que lanza y mástil se refieren simplemente a su forma y a su altura. Por otra parte, las personificaciones (acongojas, loco empeño) son congruentes con el tú, con el hecho de que el poeta se dirija al ciprés (apóstrofe) y le dedique el poema. Finalmente, se pondera su altura que “a las estrellas casi alcanza” (hipérbole).
Los versos 5-6 se caracterizan por el estilo nominal (ausencia de verbos) y por la concurrencia del paralelismo y la enumeración. El estilo nominal puede sugerir un momento de clímax emocional. Además son versos bimembres:

Mástil de soledad, / prodigio isleño,
flecha de fe, / saeta de esperanza.

El del ciprés, en los versos 7-8 se ve confrontado al fin con el yo del poeta: “mi alma sin dueño”. Frente al poder espiritual simbolizado por el ciprés, el poeta se presenta de un modo humilde. Su alma es “peregrina al azar”, sin rumbo fijo, sin una orientación vital, y “sin dueño”, alejada de Dios, sometida a su propio capricho. Puede evocar el principio de la Divina Comedia, donde el poeta también se presenta a sí mismo habiendo extraviado el camino. La confrontación del poeta con el ciprés, al que previamente ha alabado, marca la culminación de los cuartetos y da sentido a la enumeración de imágenes precedente.

b) Versos 9-14 (tercetos).- Por fin aparece la 1ª persona en dos formas verbales (vi, sentí); antes había aparecido en un adjetivo posesivo. El poeta ya habla de sí mismo y del efecto que ha producido en él la contemplación del ciprés:

qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto cristales

Se trata de un ansia mística, de fusión, donde realmente el ciprés no es sino un símbolo de Dios. Diluirme y cristales recuperan las imágenes acuáticas de la 1ª estrofa (surtidor y chorro). El agua no tiene límites precisos y el poeta desea que su alma se licúe para así poder unirse con Dios. En cambio, las imágenes del 2º terceto son más ásperas y sombrías: negra torre, arduos filos, delirios verticales. La última de ellas nos remite al loco empeño del 1r cuarteto (personificación). Las metáforas de connotación negativa (negra torre, arduos filos) nos recuerdan las dificultades del proceso espiritual: las noches oscuras, el desánimo, las caídas... El ciprés, imagen de la perfección espiritual, es también una fortaleza a conquistar y que opondrá fuerte resistencia.
Sin embargo, el poema se cierra con un verso redondo a modo de síntesis: “mudo ciprés en el fervor de Silos”. Mudo por el silencio monástico y fervor por la elevación espiritual de los monjes. Se trata de una antítesis sólo aparente: ambos términos confluyen en la intensidad de la contemplación. También resulta gratificante que la última palabra del poema sea precisamente Silos, ya anunciada (como una especie de eco anticipado) por la rima consonante -ilos. 
 
Ciprés del monasterio de Sto. Domingo de Silos