miércoles, 27 de febrero de 2013

Textos para preparar el dictado (1)

¿Cuál de todas las mujeres quijotescas preferiremos? Si las examinamos con atención, veremos que hay en todas, o casi todas, un rasgo común: la curiosidad. Se puede ser curiosa y ser malévola. En estas mujeres la curiosidad se ejercita sin perversión, ¿Qué perversión puede haber en Leandra, la hermosa, la joven, a quien Cervantes no se cansa de llamar hermosa? ¿Y cuál perversión, podrá ser la de esta muchachita de buena familia, que en la ínsula Barataria se sale de su casa, durante la noche, con disfraz varonil, para «ver lo que pasa», es decir, para ver lo que nunca ha visto? A la curiosidad podemos añadir otro rasgo esencial, rasgo que los domina a todos: todas estas mujeres siguen su instinto; todas son, diríamos, mujeres que se entregan a la Naturaleza, ¿Cómo no ha de entregarse Claudia Jerónima, tan impulsiva, con impulso que la lleva a cometer un crimen? Si todas estas mujeres naturales, instintivas y curiosas hubieran respirado la atmósfera del enciclopedismo, en el siglo XVIII, y la atmósfera del positivismo, el positivismo de Comte y Spencer, en el siglo XIX, podríamos llamarlas cerebrales, con las ventajas y los inconvenientes que esa cualidad lleva aparejadas. Pero existe en el Quijote una mujer que nos demuestra, con plenitud, la condición especial de las mujeres cervantinas: condición que las eleva por encima de las demás mujeres. Marcela es todo un símbolo; siendo humana, real, diríase que reviste caracteres, simbólicos. Nadie concreta mejor que Marcela el ansia de Naturaleza y de libertad. Ha huido de la ciudad y vaga por montes y selvas; esquiva la multitud de amantes que la requieren. En una frase resume Marcela su psicología, su complexión mental: «Yo nací libre, y para poder vivir libre, escogí la soledad de los campos».
                              
                                                                                                                                              Azorín


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