Cervantes tiene la obsesión del teatro: combate el teatro que gusta en
su tiempo. ¿Y qué condiciones pone Cervantes a las obras para que sean
buenas? Que sean «artificiosas y bien ordenadas». ¿Cómo haremos para que
una obra tenga estas condiciones? ¿Y qué significan, en fin de cuentas,
estas condiciones? El cargo grave que Cervantes hace al teatro de su
tiempo puede resumirse en estas palabras: dilatación de tiempo,
dilatación de espacio. Ejemplos extremos de estas dilataciones: en
cuanto al tiempo, un personaje es niño en el primer acto y anciano en el
tercero. En cuanto al espacio, un personaje lo vemos en el primer acto
en Europa y en el tercero en Asia o en América. Los escrúpulos de
Cervantes no son hoy válidos; hoy distinguimos el tiempo astronómico del
psicológico. En el teatro rige el tiempo psicológico, Y sabemos,
además, que el espacio es el que produce el tiempo. Veinte años de
tiempo astronómico pueden ser en el teatro diez, quince o veinte
minutos. El teatro es la gran creación española; hemos tenido en Europa,
en el siglo XVI, un gran dominio; se ha perdido ese dominio;
sustituimos, en el siglo XVII, a ese dominio territorial otro dominio
del espíritu. ¿Hemos ganado o hemos perdido? Sólo dos o tres teatros
universales existen en Europa: uno de ellos, acaso el más espléndido, es
el nuestro. Crean los dramaturgos una realidad nueva; crea Cervantes,
concorde con los dramaturgos, otra realidad. Aparte, esquivo, Góngora
crea también una realidad inaprensible; un paso más en esa tenue
realidad, y entramos en el idealismo absoluto; en el idealismo
berkeleyano; el hechizo de Góngora es tanto metafísico como estético.
Azorín
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