Cervantes tiene la obsesión del teatro: combate el teatro que gusta en
su tiempo. ¿Y qué condiciones pone Cervantes a las obras para que sean
buenas? Que sean «artificiosas y bien ordenadas». ¿Cómo haremos para que
una obra tenga estas condiciones? ¿Y qué significan, en fin de cuentas,
estas condiciones? El cargo grave que Cervantes hace al teatro de su
tiempo puede resumirse en estas palabras: dilatación de tiempo,
dilatación de espacio. Ejemplos extremos de estas dilataciones: en
cuanto al tiempo, un personaje es niño en el primer acto y anciano en el
tercero. En cuanto al espacio, un personaje lo vemos en el primer acto
en Europa y en el tercero en Asia o en América. Los escrúpulos de
Cervantes no son hoy válidos; hoy distinguimos el tiempo astronómico del
psicológico. En el teatro rige el tiempo psicológico, Y sabemos,
además, que el espacio es el que produce el tiempo. Veinte años de
tiempo astronómico pueden ser en el teatro diez, quince o veinte
minutos. El teatro es la gran creación española; hemos tenido en Europa,
en el siglo XVI, un gran dominio; se ha perdido ese dominio;
sustituimos, en el siglo XVII, a ese dominio territorial otro dominio
del espíritu. ¿Hemos ganado o hemos perdido? Sólo dos o tres teatros
universales existen en Europa: uno de ellos, acaso el más espléndido, es
el nuestro. Crean los dramaturgos una realidad nueva; crea Cervantes,
concorde con los dramaturgos, otra realidad. Aparte, esquivo, Góngora
crea también una realidad inaprensible; un paso más en esa tenue
realidad, y entramos en el idealismo absoluto; en el idealismo
berkeleyano; el hechizo de Góngora es tanto metafísico como estético.
Azorín
miércoles, 27 de febrero de 2013
Textos para el dictado (2)
Textos para preparar el dictado (1)
¿Cuál de todas las mujeres quijotescas preferiremos? Si las examinamos
con atención, veremos que hay en todas, o casi todas, un rasgo común: la
curiosidad. Se puede ser curiosa y ser malévola. En estas mujeres la
curiosidad se ejercita sin perversión, ¿Qué perversión puede haber en
Leandra, la hermosa, la joven, a quien Cervantes no se cansa de llamar
hermosa? ¿Y cuál perversión, podrá ser la de esta muchachita de buena
familia, que en la ínsula Barataria se sale de su casa, durante la
noche, con disfraz varonil, para «ver lo que pasa», es decir, para ver
lo que nunca ha visto? A la curiosidad podemos añadir otro rasgo
esencial, rasgo que los domina a todos: todas estas mujeres siguen su
instinto; todas son, diríamos, mujeres que se entregan a la Naturaleza,
¿Cómo no ha de entregarse Claudia Jerónima, tan impulsiva, con impulso
que la lleva a cometer un crimen? Si todas estas mujeres naturales,
instintivas y curiosas hubieran respirado la atmósfera del
enciclopedismo, en el siglo XVIII, y la atmósfera del positivismo, el
positivismo de Comte y Spencer, en el siglo XIX, podríamos llamarlas
cerebrales, con las ventajas y los inconvenientes que esa cualidad
lleva aparejadas. Pero existe en el Quijote una mujer que nos
demuestra, con plenitud, la condición especial de las mujeres
cervantinas: condición que las eleva por encima de las demás mujeres.
Marcela es todo un símbolo; siendo humana, real, diríase que reviste
caracteres, simbólicos. Nadie concreta mejor que Marcela el ansia de
Naturaleza y de libertad. Ha huido de la ciudad y vaga por montes y
selvas; esquiva la multitud de amantes que la requieren. En una frase
resume Marcela su psicología, su complexión mental: «Yo nací libre, y para poder vivir libre, escogí la soledad de los campos».
Azorín
Azorín
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