lunes, 12 de marzo de 2012

Dictado 2ª evaluación

Vivimos en un mundo ambiguo, las palabras no quieren decir nada, las ideas son cheques sin provisión, los valores carecen de valor, las personas son impenetrables, los hechos amasijos de contradicciones, la verdad una quimera y la realidad un fenómeno tan difuso que es difícil distinguirla del sueño, la fantasía o la alucinación. La duda, que es el signo de mi inteligencia, es también la tara más ominosa de mi carácter. Ella me ha hecho ver y no ver, actuar y no actuar, ha impedido en mí la formación de convicciones duraderas, ha matado hasta la pasión y me ha dado finalmente del mundo la imagen de un remolino donde se ahogan los fantasmas de los días, sin dejar otra cosa que briznas de sucesos locos y gesticulaciones sin causa ni finalidad.


Lugares tan banales como la prefectura de policía o el Ministerio de Trabajo son ahora los templos délficos donde se decide nuestro destino. Porteros, valets, empleadas viejas con permanente y mitones, son los pequeños dioses a los que estamos irremediablemente sometidos. Dioses funcionarios y falaces, nos traspapelan para siempre un documento y con él nuestra fortuna o nos cierran el acceso a una oficina que era la única en la cual podíamos redimirnos de alguna falta. Los designios de estos diosecillos burocráticos son tan impenetrables como los de los dioses antiguos y, como estos, distribuyen la dicha y el dolor sin apelación. La empleada de correos que se niega a entregarme una carta certificada porque el remitente ortografió mal una letra de mi apellido es tan terrible como Minerva desarmando a un soldado troyano para dejarlo indefenso en manos de uno griego. Muertos los viejos dioses por la razón, renacieron multiplicados en las divinidades mezquinas de las oficinas públicas. En sus ventanillas enrejadas están como en altares de pacotilla, esperando que les rindamos adoración.

Calvo, obeso, majestuoso, con sus modales llenos de unción, el barredor de la Agencia me da siempre la impresión de un obispo que, a raíz de alguna injusticia, ha sido despojado de sus vestiduras sagradas. Cuando lo veo recorrer en overol los pasillos, con su aire recogido, sonriente y benévolo, imagino lo bien que se le vería celebrando una misa o presidiendo una ceremonia de canonización. Habla solo, saluda obsequiosamente a todo el mundo, es un pacífico demente. Fue un redactor que, atacado de locura erótica, trató hace muchos años de violar a una secretaria en un ascensor. No lo echaron de la oficina, pero cuando salió de la casa de reposo, desmemoriado y aparentemente feliz, lo rebajaron al cargo de barrendero.

Podemos memorizar muchas cosas, imágenes, melodías, nociones, argumentaciones o poemas, pero hay dos cosas que no podemos memorizar: el dolor y el placer. Podemos a lo más tener el recuerdo de esas sensaciones pero no las sensaciones del recuerdo. Si nos fuera posible revivir el placer que nos procuró una mujer o el dolor que nos causó una enfermedad, nuestra vida se volvería imposible. En el primer caso se convertiría en una repetición, en el segundo en una tortura. Como somos imperfectos nuestra memoria es imperfecta y solo nos restituye aquello que no puede destruirnos.

[Julio Ramón Ribeyro
Prosas apátridas]

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